
Una opinión políticamente incorrecta sobre la autocensura en la literatura
por Manuel Gris
La facilidad con la que el ser humano se acostumbra a dar vueltas por el fango con una sonrisa en la cara es, cuanto menos, preocupante. Y no hablo de quienes lo hacen por gusto o fetiche (¿quién soy yo para juzgar qué le pone cachondo a los demás?), sino de aquellos que ciegos de ideología, miedo, estupidez o simple comodidad, se dedican a enfangar sus vidas, su arte, sus opiniones o su amor propio como ofrenda a esa extraña turba de canceladores oficiales que se han convertido hoy en día en los jueces y verdugos de nuestro día a día.
Y es que no hay nada más patético en el mundo que ver a un esclavo prometiéndole amor a quien le aplasta el cuello con la bota de la superioridad moral.
He tenido la enorme suerte de poder estar en diferentes festivales literarios y charlas, en presentaciones de libros y coloquios donde, poco a poco, el pestazo a tragaderas dilatadas se ha ido convirtiendo en la cláusula principal en el contrato literario de las editoriales. Porque en las letras actuales, y sobre todo en quienes pretenden hacerse un hueco en las librerías de los demás, hace años que la primera regla es ser inclusivo, resiliente, feminista, antifa y, a poder ser, “soez y canalla” sin motivo narrativo o del personaje, y simplemente hay que ser así para ser señalado como “cool”.
Si Bukowski levantara la cabeza se la cortaba sin duda a todos ellos.
Y esto no sería malo si hubiese acabado cuando le tocaba (apenas unos minutos después de habérsele ocurrido a alguien), o si los lectores no tuvieran el olfato tan destrozado gracias al consumo excesivo de basura en los diarios o la televisión. El problema es que se ha instaurado como requisito indispensable el ser una insignificante mota de polvo en medio de un huracán lleno de falta de ideas, para así ser consumido por un gran público que, para más inri, también es ruidoso, irrespetuoso, cancelador y está total y completamente aborregado por el qué dirán.
En la literatura actual, en novela especialmente, se amontonan toneladas de “autores” que basan todo su éxito en autocensurarse o seguir las modas o géneros que en cada momento alguien les dice que quiere leer, como si el arte no fuese, desde siempre, un modo en que el autor tiene, y debe, expresarse libremente buscando detrás de los muros nuevas maneras de crear y dar alas a la imaginación. Pero eso es demasiado duro y conlleva demasiados riesgos para quienes necesitan YA un aplauso y varios miles de Likes en redes para sentirse seres válidos o competentes, así que centrar una historia en los genitales o color del protagonistas sin que ello sea relevante o necesario para la trama o la evolución del mismo es, por normal general, lo correcto. Atrás quedaron los tiempos en que leer era un viaje a través de la experiencias y el crecer de un personaje a raíz de los peligros y problemas que se cruzasen con él, porque ahora este tipo de situaciones sorpresivas o amenazantes pueden resultar ofensivas para algún lector falto de cariño que necesita ser mecido en todo momento para no hacérselo todo en el pañal que la mediocridad social le ata fuerte al culete tres veces al día.
¡O, Dios no lo quiera!, falten negros, homosexuales o latinos genéricos y sin peso en la trama porque serás ¡cualquier palabra acabada en -ista!, y cancelación inmediata.
La utilización de algunos colectivos (cuya vida privada a muchos no nos importa porque sabemos que lo principal es ser un miembro activo, respetuoso y competente en la sociedad; más allá de sus gustos personales o procedencia) por parte de quienes dicen defenderlos o darles voz me ha parecido siempre algo tan insultante como impedir que un bebé ande sólo por miedo a dejar de ser un padre o madre útiles y protectores. Los que se llenan de banderas y chapitas y especifican en negrita, subrayado y cursiva que en su libro hay gente no binaria o de un color específico son los verdaderos incapaces de ver al ser humano detrás de sus gustos o colores, son quienes están destruyendo las palabras de Martin Luther King Jr. o la lucha de las sufragistas, porque con cada novela o charla donde se busque acentuar este tipo de características buscando algo de relevancia no hacen más que ayudar en la separación social entre razas y preferencias sexuales, colocando un muro invisible pero muy tangible donde de un lado están los “normales”, y del otro aquellos que deben ser tratados con algodoncitos y papel de burbuja para que no se sientan ofendidos y, de paso, no me señalen a mí.
La hipocresía y la falta de moral son actualmente características esenciales si pretendes hacerte un nombre desde cero en el mundo de las letras. Eso o ser famoso, salir en la tele, Youtube o Eurovisión. Los escritores valientes escasean porque basan su trabajo en crear algo nuevo cada vez que tocan un teclado, sin buscar ser los próximos Stpehen King o Marie Shelley, sin pretender acariciar el hocico al lector con cada trama y sacrificando la cruel censura a favor de crear sin límites mundos imposibles de construir de otro modo que no sea escribiendo.
Pero las agallas no están tan de moda como el miedo, porque sé sincero: ¿hace cuánto que no te topas con una novela verdaderamente única?
Autor: Manuel Gris
IG: @manucly